06 de Mayo de 2009
Nacha,
la abanderada de la farándula política
Artistas
al poder, con políticos en retroceso, es una tendencia que
se afirma cada vez más y de la que fue precursora otra
actriz: Eva Perón.
![](http://www.lanacion.com.ar/anexos/fotos/19/991319.jpg)
Ante el claro retroceso de
las ideas y la evidente ausencia de plataformas y planes
para gobernar, que exhiben por igual el oficialismo y la
oposición, la notoriedad por sí misma se ha convertido en un
valor estimable, si no para paliar por completo tan hondas
carencias, al menos para disimularlas un poco y repercutir
en los medios.
Se rompieron, ya hace
rato, los compartimentos estancos que antes ocupaban, bien
separados uno del otro, los políticos, de un lado, y las
figuras de la farándula y el deporte, en el extremo opuesto.
Ahora, cada vez más se entremezclan indistintamente y se
contagian modalidades que antes eran exclusivas de cada
bando.
El fenómeno tiene sentido:
tanto las dirigencias se han ido vaciando de contenidos
concretos y convertido en refugio de no pocos oportunistas
que se enriquecen mucho más de lo que aportan, que la
política fue cediendo su lugar de eje influyente y de
cohesión de las sociedades a manos de la comunicación, en
sus múltiples vertientes (los medios tradicionales, emisores
fuertes y verticales que históricamente abastecen a
audiencias pasivas, y, últimamente, los que surgen de la
interactividad, mucho más horizontales, donde el papel de
emisor y receptor no sólo tiende a diluirse, sino a
intercambiarse, y la agenda de temas puede mutar de manera
mucho más acelerada).
"Cualquiera puede ser una
celebrity ahora y, tras lograrlo, crear opinión", decía el
diario español El País , el domingo último, en una nota que
tituló "El pernicioso virus de la fama".
En efecto, mientras la
presencia de los políticos convencionales se encoge en los
medios, los artistas ya no se refieren sólo a los
espectáculos que protagonizan o a sus ruidosos romances,
sino que toman temas que hasta no hace mucho les eran
totalmente ajenos: Madonna nos
habla de la cábala; Sharon Stone,
de la independencia del Tíbet; Bono se convierte en
columnista estrella de The New York Times, y
Angelina Jolie, en embajadora
de buena voluntad de la ONU. En paralelo, la TV mundial
expande como peste mil y una variantes del reality show ,
formato que lanza con vertiginosa rapidez a nuevas y
precarias celebridades al ruedo. "¿Por qué ahora todo el
planeta aspira a ser famoso por el simple hecho de serlo?",
se pregunta El País, en la nota
mencionada.
* * *
Algunos políticos, por su
parte, parecen estar haciendo el camino inverso: la
inclinación por lo histriónico de presidentes como
el venezolano Hugo Chávez, el ecuatoriano Rafael Correa, el
boliviano Evo Morales o el electo sudafricano Jacob Zuma
desacartonan por demás la política internacional cuyo
clásico gris hasta no hace mucho, sólo coloreaban los ritos
públicos de las casas reales.
Desde el caso
Lewinsky (el affaire del
presidente Bill Clinton con una
becaria en el Salón Oval, cuyo juzgamiento en 1999 fue la
comidilla mundial) para acá, lo que se mueve debajo de las
sábanas de los estadistas, y la consecuencia de ello
(¡saludos al presidente paraguayo y a su interminable
descendencia!), ocupa más espacio y centimetraje que las
medidas que toman o dejan de tomar, y que afectan a millones
de personas. ¿O es que hay algo de
Nicolas Sarkozy que nos interese más que su bella
esposa, Carla Bruni?
La vehemencia obsesiva por
las urgencias superfluas de la cultura meramente visual en
la que estamos inmersos (que no es nada nuevo, sino algo que
rigió a la humanidad hasta la aparición de la imprenta, en
el siglo XV) nos hace reparar más en las formas que en los
contenidos y conspira contra la construcción del pensamiento
abstracto. ¿O alguien cree realmente que nos fascina más el
pensamiento de Obama que el
color de su piel y la frescura de su simpática familia (y
perrito)?
Sin duda, era otro mundo
el que miró para otro lado cuando el presidente
John Kennedy tuvo su romance de
bajísimo perfil nada menos que con
Marilyn Monroe y un manto de discreción sirvió para
no distraer de los temas que realmente entonces importaban.
Tal vez, aun sin tanta tecnología, ese mundo era, en algún
sentido, más tolerante y moderno que el actual y,
decididamente, más intelectual.
* * *
Si la política dejó de ser
el eje en el que las sociedades colocan sus mayores
esperanzas y expectativas, y, en su lugar, el ágora
mediática se nutre de cinismo y cholulismo bien
entremezclados, en aproximaciones cada vez más frívolas,
epidérmicas y escandalosas a los personajes que se hacen
notar, no es raro que hoy Arnold Schwarzenegger gobierne
California en vez de seguir protagonizando películas. Tiene
su lógica.
En tal caso, Eva Perón fue
la gran precursora: fue actriz antes que política y no
necesitó ganar ninguna elección para ser lo que sigue
significando hoy, 57 años después de su muerte.
La farandulización de
la política alentada por el menemismo, en la década pasada,
al llevar a sus filas a artistas y deportistas
(Reutemann, Palito, Scioli,
etcétera), vuelve ahora con renovada fuerza kirchnerista, al
incorporar a Nacha Guevara a la lista oficialista de
candidatos a diputados bonaerenses para las cruciales
elecciones del 28 de junio. Es altamente improbable que
los votantes del populoso segundo cordón del conurbano la
conozcan; mucho menos que sepan que sobre el escenario se ha
reencarnado en Evita, en parte gracias a los dineros que
ellos mismos aportan con sus impuestos. Tal vez si se presta
a hacer campaña con rodete y trajecito sastre pueda
llamarles un poco la atención (más si se pone a cantar "No
llores por mí, Argentina", la única canción que los
peronistas toleran de la ópera rabiosamente anti-Evita de
Andrew Lloyd Webber y Tim Rice).
Pero lo más difícil
es que en el cuarto oscuro la identifiquen por su nombre
verdadero (Clotilde Acosta). ¿O acaso en las boletas
electorales, además de candidatos testimoniales, se
permitirán nombres de fantasía?
Reproducción
textual autorizada de la columna de Pablo Sirvén, psirven@lanacion.com.ar,
secretario de Redacción del diario La Nación.