LA POLÍTICA, LLENA DE ARTISTAS
Y DEPORTISTAS, HABLA DE LOS INÚTILES
QUE SON QUIENES REALMENTE
DEBERÍAN OCUPARSE DE ELLA

06 de Mayo de 2009

Nacha, la abanderada de la farándula política

Artistas al poder, con políticos en retroceso, es una tendencia que se afirma cada vez más y de la que fue precursora otra actriz: Eva Perón.

Ante el claro retroceso de las ideas y la evidente ausencia de plataformas y planes para gobernar, que exhiben por igual el oficialismo y la oposición, la notoriedad por sí misma se ha convertido en un valor estimable, si no para paliar por completo tan hondas carencias, al menos para disimularlas un poco y repercutir en los medios.

Se rompieron, ya hace rato, los compartimentos estancos que antes ocupaban, bien separados uno del otro, los políticos, de un lado, y las figuras de la farándula y el deporte, en el extremo opuesto. Ahora, cada vez más se entremezclan indistintamente y se contagian modalidades que antes eran exclusivas de cada bando.

El fenómeno tiene sentido: tanto las dirigencias se han ido vaciando de contenidos concretos y convertido en refugio de no pocos oportunistas que se enriquecen mucho más de lo que aportan, que la política fue cediendo su lugar de eje influyente y de cohesión de las sociedades a manos de la comunicación, en sus múltiples vertientes (los medios tradicionales, emisores fuertes y verticales que históricamente abastecen a audiencias pasivas, y, últimamente, los que surgen de la interactividad, mucho más horizontales, donde el papel de emisor y receptor no sólo tiende a diluirse, sino a intercambiarse, y la agenda de temas puede mutar de manera mucho más acelerada).

"Cualquiera puede ser una celebrity ahora y, tras lograrlo, crear opinión", decía el diario español El País , el domingo último, en una nota que tituló "El pernicioso virus de la fama".

En efecto, mientras la presencia de los políticos convencionales se encoge en los medios, los artistas ya no se refieren sólo a los espectáculos que protagonizan o a sus ruidosos romances, sino que toman temas que hasta no hace mucho les eran totalmente ajenos: Madonna nos habla de la cábala; Sharon Stone, de la independencia del Tíbet; Bono se convierte en columnista estrella de The New York Times, y Angelina Jolie, en embajadora de buena voluntad de la ONU. En paralelo, la TV mundial expande como peste mil y una variantes del reality show , formato que lanza con vertiginosa rapidez a nuevas y precarias celebridades al ruedo. "¿Por qué ahora todo el planeta aspira a ser famoso por el simple hecho de serlo?", se pregunta El País, en la nota mencionada.

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Algunos políticos, por su parte, parecen estar haciendo el camino inverso: la inclinación por lo histriónico de presidentes como el venezolano Hugo Chávez, el ecuatoriano Rafael Correa, el boliviano Evo Morales o el electo sudafricano Jacob Zuma desacartonan por demás la política internacional cuyo clásico gris hasta no hace mucho, sólo coloreaban los ritos públicos de las casas reales.

Desde el caso Lewinsky (el affaire del presidente Bill Clinton con una becaria en el Salón Oval, cuyo juzgamiento en 1999 fue la comidilla mundial) para acá, lo que se mueve debajo de las sábanas de los estadistas, y la consecuencia de ello (¡saludos al presidente paraguayo y a su interminable descendencia!), ocupa más espacio y centimetraje que las medidas que toman o dejan de tomar, y que afectan a millones de personas. ¿O es que hay algo de Nicolas Sarkozy que nos interese más que su bella esposa, Carla Bruni?

La vehemencia obsesiva por las urgencias superfluas de la cultura meramente visual en la que estamos inmersos (que no es nada nuevo, sino algo que rigió a la humanidad hasta la aparición de la imprenta, en el siglo XV) nos hace reparar más en las formas que en los contenidos y conspira contra la construcción del pensamiento abstracto. ¿O alguien cree realmente que nos fascina más el pensamiento de Obama que el color de su piel y la frescura de su simpática familia (y perrito)?

Sin duda, era otro mundo el que miró para otro lado cuando el presidente John Kennedy tuvo su romance de bajísimo perfil nada menos que con Marilyn Monroe y un manto de discreción sirvió para no distraer de los temas que realmente entonces importaban. Tal vez, aun sin tanta tecnología, ese mundo era, en algún sentido, más tolerante y moderno que el actual y, decididamente, más intelectual.

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Si la política dejó de ser el eje en el que las sociedades colocan sus mayores esperanzas y expectativas, y, en su lugar, el ágora mediática se nutre de cinismo y cholulismo bien entremezclados, en aproximaciones cada vez más frívolas, epidérmicas y escandalosas a los personajes que se hacen notar, no es raro que hoy Arnold Schwarzenegger gobierne California en vez de seguir protagonizando películas. Tiene su lógica.

En tal caso, Eva Perón fue la gran precursora: fue actriz antes que política y no necesitó ganar ninguna elección para ser lo que sigue significando hoy, 57 años después de su muerte.

La farandulización de la política alentada por el menemismo, en la década pasada, al llevar a sus filas a artistas y deportistas (Reutemann, Palito, Scioli, etcétera), vuelve ahora con renovada fuerza kirchnerista, al incorporar a Nacha Guevara a la lista oficialista de candidatos a diputados bonaerenses para las cruciales elecciones del 28 de junio. Es altamente improbable que los votantes del populoso segundo cordón del conurbano la conozcan; mucho menos que sepan que sobre el escenario se ha reencarnado en Evita, en parte gracias a los dineros que ellos mismos aportan con sus impuestos. Tal vez si se presta a hacer campaña con rodete y trajecito sastre pueda llamarles un poco la atención (más si se pone a cantar "No llores por mí, Argentina", la única canción que los peronistas toleran de la ópera rabiosamente anti-Evita de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice).

Pero lo más difícil es que en el cuarto oscuro la identifiquen por su nombre verdadero (Clotilde Acosta). ¿O acaso en las boletas electorales, además de candidatos testimoniales, se permitirán nombres de fantasía? Reproducción textual autorizada de la columna de Pablo Sirvén, psirven@lanacion.com.ar, secretario de Redacción del diario La Nación.